miércoles, 20 de julio de 2011

Carlos Palacio —Pala—: música e identidad


Ana Cristina Restrepo Jiménez
Ana Cristina Restrepo Jiménez

Juegos de Pala(bras)

Ana Cristina Restrepo Jiménez | Medellín | El colombiano. Publicado el 20 de julio de 2011
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    Él canta a capela en cualquier momento. No necesita "calentar la voz" -excusa habitual de divas y divos que ni en la ducha improvisan-, porque para cantar lo único que debe estar caliente es el corazón.

    Su (¿otrora? y exclusiva) popularidad se remite a 1994, cuando cantaba en fiestas estudiantiles con los grupos Los Compas y Kahlúa. De bluyín viejo y sin asomo de barba, le componía canciones a una tal "Ana María"-inexistente-, y a la isla de San Andrés, que jamás ha visitado.

    Carlos Palacio, Pala, "el mejor canta-autor de 2010 en Colombia" según la revista Semana , es un médico sin bata y desacartonado que, como los viejos chamanes, aprendió a entonar cantos que conjuran las penas y dibujan mundos imaginarios. En una escuela cubana de arte decidió cambiar el estetoscopio por una guitarra; y las fórmulas ilegibles con registro de Minsalud por letras irreverentes con su sello personal, que el dispensario del alma prodiga sin reparo.

    Como digno egresado de las aulas jesuitas, es esclavo de la duda. ¿Su voz anticlerical y atea es una manifestación más de un temperamento rebelde, con exceso de causas? sin remedio.

    "Mentiras: la cena, el rebaño, el pastor, / Mentiras: la culpa con silenciador. / Mentiras: crueldad disfrazada de amor".

    Pala bebe de las fuentes de la nueva trova cubana; de Joaquín Sabina, Billy Joel y unos cuantos más. Es un juglar de lo cotidiano y la memoria que se ríe con picardía e ingenio del purismo, la cursilería y lo sacrosanto.

    "Pero aunque mal hablado / Y deshilado el pantalón / Usted sabe que te quiero corazón".

    Intérprete de blues y carranguero, héroe del rock y vallenatero, Pala es un niño cuarentón que ve en el abecedario una caja de plastilina y en el pentagrama un parque de diversiones. Basta con oír sus experimentos: por ejemplo "Criminal Doll" (http://www.youtube.com/watch?v=ZtqxnU59VQ8&feature=related).

    De hecho, el viernes pasado cantó en el Teatro Metropolitano (lleno a reventar) con la Banda Sinfónica de la Red de Escuelas de Música de Medellín, un salto al vacío que no podría ser calificado como "fuera de su formato", pues Pala carece de fórmulas preestablecidas.

    No obstante, el recital nos recordó que su música es, ante todo, íntima.

    Por ahí dicen que es un "artista de culto". Lo cierto es que su arte le pertenece a una minoría abierta, incluyente.

    La gran paradoja es que, aunque para él todo es efímero, sus canciones permanecen, en lo local (y lejos, también) como constancia de la insatisfacción de una generación (de los ochenta? y, tal vez, de las décadas siguientes).

    "Y no estoy diciendo que nunca se va a terminar, / es sólo que siempre te guardo una silla en el bar".

    Carlos Palacio, independiente por elección, no cae en la trampa: sin trucos, le apuesta a la magia de la música. Y prefiere la actitud a la multitud.

    Su única manager es su mano derecha, la que empuña la pluma y rasga las cuerdas, tatuada con símbolos chinos que representan lo que Pala quiere que quede en su piel: un soneto y el nombre de su mujer, Piedad.

    Cuando el facilismo consume al mundo y nos agobia la sobreoferta de basura, los juegos de Pala(bras) invitan a volver a lo básico: ser uno mismo, y ya.

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