Róbinson Sáenz | La piratería es un crimen desorganizado e informal, según el coronel Miguel Ángel Botía Murillo, de la Sijin. Este mismo oficial indica que si bien hace operativos con los vendedores en las calles, su grupo de investigadores hacen más énfasis en golpear a los productores, origen de la cadena delictiva.
Morgan tiene más hijos en Medellín y Bogotá
MEDELLÍN SIGUE SIENDO la meca de la producción de libros piratas en Colombia, primer lugar que comparte con Bogotá. Hablan del negocio los mismos piratas, libreros, gremios y autoridades.
John Saldarriaga | Medellín | El Colombiano - Publicado el 22 de mayo de 2011
"Cuando a uno lo coge la policía con libros piratas, se lo lleva y lo hace perder todo el santo día investigándolo... Pero lo sueltan por la noche. A las nueve ya está en la casa".
Es lo que cuenta un abuelo pirata, un hombre de 65 años que ha pasado los últimos ocho en una esquina del centro de Medellín, cerca al Parque de Berrío, vendiendo libros. Los anteriores 57, guerreando la vida, en una cosa y otra, "hasta carne de presidio fui", de modo que no le dan miedo los operativos policiales. "A estas alturas de la vida, apá, no le da a uno miedo ni la muerte".
Este abuelo, uno de los cientos de vendedores de libros falsos situados en las aceras del centro, ocupa un breve espacio en la entrada de un almacén de variedades. Frente a sus ojos hay un hervidero de gente que viene y va. A sus oídos llegan los rugidos y los pitos de automotores al cambiar el semáforo, y a ratos, la voz enmarañada de un hombre más viejo que él, al cantar un pregón con el cual promueve los buses de la terminal del transporte. A pocos metros del vendedor, diseminados por la ancha acera, sus pares anuncian títulos: "A prueba de fuego, de Clara Rojas; Santa suerte, de Jorge Franco; Las perlas uribistas ..." Una monja se detiene a preguntarle al abuelo si tiene La culpa es de la vaca, segunda parte. "No, hermanita, pero lo consigo ya mismo". La mujer de hábito no puede esperar y promete que a mediodía volverá por él.
El abuelo cuenta que hace más de un año no lo molesta la policía, "tal vez por uno ser de la tercera edad, ya lo dejan en paz ganándose su bocadito tranquilo".
Pero tranquilos no dejan a muchos otros. Felipe * cuenta que lleva más de 20 años dedicado a vender libros piratas. A él lo acosan uniformados de dos instituciones represivas: Espacio Público y la Sijín de la Policía. Cuando son los primeros, simplemente lo hacen mover. Le ordenan que levante su mercancía y camine con ella en las manos para que no obstaculice la circulación de peatones por la acera. "Si acaso le quitan algunos libros, al día siguiente se los devuelven". Cuando es la policía, "ahí sí, téngase fino, papá. Le quitan la mercancía y no se la devuelven. A veces, como que están de humor y le dicen a uno: 'viejito, páseme 10 ó 15 libros para un positivo y siga trabajando'".
Entre los vendedores del concurrido Pasaje Boyacá, el que une el Parque de Berrío con la carrera Junín, uno de los sitios con mayor cantidad de vendedores de libros copiados, algunos me cuentan lo mismo: llega la orden de recoger unos 50 unidades entre todos para decomisarlos, pero "somos tan desunidos los vendedores, que nos da lidia poner de a cinco libritos cada uno para ajustar esa cantidad".
Esto concuerda con lo que me dijo días antes un agente de la Sijin, cuya identidad pidió mantener en reserva: "nosotros a veces nos vemos en el dilema de hacer cumplir la ley y dejar a una familia, la del vendedor, sin ingresos". Este mismo agente reveló: "el año pasado pagábamos recompensas por informaciones que llevaran a operativos exitosos. Este año no hemos tenido quién nos apoye con dinero para las recompensas, y la gente así no denuncia tanto".
Ley
Ese delito que llamamos piratería se denomina Violación a los Derechos Patrimoniales de Autor y Derechos Conexos. Y tiene leyes que lo respaldan. La 23 de 1982 sobre Derecho de Autor, la cual lo tenía como excarcelable. La 1032 de 2006, que endureció un poco los castigos para los delincuentes: estipula una pena de cuatro a ocho años de prisión. Pero, en la práctica, es difícil que alguien pague con cárcel su fraudulento accionar.
De 20 casos que tiene vigentes el Centro de Servicios Judiciales de Medellín -en los cuales no sólo hay falsificadores de libros, sino también de películas y música-, ninguno terminó con privación de la libertad del "pirata". Aunque sí fueron condenados y multados con 13,33 salarios mínimos legales mensuales ($7'064.900).
Al hablar con uno de esos condenados dijo: "lo que más me duele, parce, no es el billete que perdí; es que la reseña no me la borran nunca del certificado judicial del DAS. Eso me afectará para conseguir trabajo y es muy difícil que lleguen a darme una visa para salir del país".
Otros casos terminan en detención domiciliaria. Basta recordar el sonado caso de José Gabriel Arredondo Velásquez. Un medellinense tan entregado al oficio desde principios de este decenio, que las autoridades cuentan que muchas veces veían su cara cuando iban a hacer allanamientos. Se trasladó con sus máquinas copiadoras a Pereira. Allí trabajó con parientes porque, dicho sea de paso, la piratería es un negocio de familia, pues es difícil confiar en el silencio de personas desconocidas. En siete años se convirtió en potencia pirata. Tenía más de 50 títulos en su portafolio y producía unos 340.000 ejemplares piratas al año, según las autoridades. Lo condenaron a 48 meses de prisión, le decomisaron maquinaria y producción y les hicieron extinción de dominio de un Chevrolet Swift en el cual transportaban la mercancía. Le concedieron detención domiciliaria.
Tus zonas erróneas
Este delito, como todas las trampas, es antiguo. Hernando Donado, propietario de la Librería Científica desde hace 52 años, recuerda un viejo caso de piratería: la del falso Quijote. Salió el libro apócrifo antes que el auténtico. En la tranquilidad de su oficina, en el segundo piso de la librería de la sede del Pasaje Boyacá, cuenta que "el libro pirata que más éxito ha tenido en nuestro medio tiene que ser Tus zonas erróneas . Un texto de autoayuda que apareció hace casi 40 años y todavía se vende bien". En Colombia, dice, se masificó esta práctica a partir de los años setenta y, desde entonces, Medellín se convirtió en su meca.
En esto coinciden las autoridades policiales, la Cámara Colombiana del Libro (CCL), los libreros legales y los piratas. Sólo que este deshonor debe compartirlo con Bogotá. La capital colombiana era fuerte en distribución hasta hace unos meses. No en vano, en su área metropolitana viven ocho millones de personas. Pero de un año a esta parte, también es productora. Según Manuel José Sarmiento, especie de "piratólogo" de la CCL, los piratas de estas dos ciudades producen el 75 por ciento de las obras falsas del país. Si consideran que la cifra total oscila entre 950 mil y un millón de unidades al año, los hijos de Morgan en estas dos ciudades fabrican unos 750 mil libros. En plata significa, según la misma fuente, unos 59 mil millones de pesos al año. Cifras que antes de 2010 le correspondían sólo a Medellín.
El coronel Miguel Ángel Botía Murillo, de la Sijin, dice que si la capital antioqueña ha cedido terreno, se debe a los golpes dados por las autoridades a los delincuentes, con operativos de allanamientos, decomisos y capturas.
Pero mientras el experto de la CCL señala que la piratería es de tres clases: litográfica -la más conocida porque vemos a los vendedores en aceras-, reprográfica -fotocopias de libros completos o partes de ellos, más que todo en las universidades- y tráfico de muestras de textos escolares, el coronel Botía señala que solamente persiguen la litográfica.
Rolos, malos piratas
"Uy, apá, me acuerdo cuando estuvo en apogeo Quién se ha llevado mi queso -evoca Felipe-. Era un libro como de mercadeo que salió hace como 10 años. Le cuento que hasta yo mismo mandé a hacer cantidades de cuenta mía. Me salían como a 5.000 ó 7.000 pesos cada uno y los vendía a 20.000. Los compraban como locos en El Poblado, aquí en el Centro, en todas partes". Todavía lo vende, ya de otros proveedores, a 10.000 pesos y en menor cantidad.
Mientras habla, un hombre llega a que le cambie un ejemplar de El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa. Se queja porque la primera página es la última y la última, la primera.
"Ah, es que del hace que están trayendo libros hechos en Bogotá, la cosa no es igual. Allá no saben trabajar: no los pegan bien, no los refilan bien. Pero tranquilo, yo se lo cambio". Y sacando otro ejemplar de una bolsita transparente, para que el cliente lo revise, pregunta: "¿usted cree, apá, que en Medellín dejamos esto así, tan chambón?" Se refiere a que las páginas no están centradas. Mientras en unas la lectura comienza demasiado adentro, cerca de la unión de las hojas, en otras, la impresión va hasta el bordo exterior de las mismas. Felipe abre a fondo el libro que el hombre le entregó y se desprenden algunas hojas. "¿Si ve? Mal pegado". Y lo guarda en una caja, la misma que le sirve de soporte a la tabla en que tiene el surtido de libros. "Ese ejemplar no lo pierdo; me lo cambian".
En la mente de Felipe está la noticia, difundida por los medios, del operativo policial que acabó con una imprenta pirata en Bogotá, hace más o menos un mes. Al parecer, el monto decomisado pasó de los 150 salarios mínimos legales mensuales vigentes, eran reincidentes, tenían más de 25 empleados y producían 480 mil unidades al año, es decir, unos 29 mil millones de pesos.
"¿Qué le traigo, parce?" Habla un surtidor dirigiéndose a Felipe. Es una suerte de patinador que va de puesto en puesto preguntando qué títulos se acabaron para él traerles más.
"Ve, traeme dos Celtas y uno de Clara Rojas. Ah, y si podés, dos de El vencedor está solo ". "¿Dos, no más?" "Sí, es que este último de Coelho está lento. No como los otros suyos. ¿Ah? ¿Qué decís de El Alquimista? Una minita. Todavía lo piden".
Es un lugar común decir que el autor cuyos libros más se piratean en Colombia son los de Gabriel García Márquez. Fue un copiador de Medellín, extrabajador de Oveja Negra, quien, al decir de los conocedores, tenía más ejemplares de sus obras que la misma editorial.
El escritor de Aracataca dijo hace más de 15 años que si bien entendía de algún modo la piratería, porque cumple una labor social, haciendo llegar la lectura a sectores de la población que no tienen acceso a ella, eso de Medellín ya era una bellaquería, porque había aquiescencia del Estado, haciendo más grande el negocio ilegal que el legal.
El escritor Jorge Franco dice que está de acuerdo con esta posición. Cree que la piratería permite que muchos lectores conozcan a un escritor y se animen a comprar otras obras, ya originales, del mismo, pero la rechaza porque perjudica a los autores. No sólo afectando las ventas legales, sino reduciendo las posibilidades de contratar con editoriales internacionales para distribución en el exterior y traducciones a otros idiomas, ya que ellas se basan en ventas reales. "Está bien que yo no aspiro a vivir exclusivamente de mis libros, pero sí a que mis obras se publiquen en otros países e idiomas".
No obstante, Jorge Franco es consciente de que en Colombia, "la piratería se da porque el acceso a los libros es muy limitado".
Estas ideas se parecen a las de Hernando Donado, el de la Científica.
"No justifico ni acolito la piratería -dice-, pero entiendo su existencia como consecuencia del alto costo de los libros. En un país como el nuestro, con una pobreza tan grande y un poder adquisitivo tan bajo, donde los ingresos de la mayoría no le alcanzan ni para subsistir, es explicable que exista".
Añade que podría decir que la gente debería recurrir a las bibliotecas antes que a las ediciones copiadas, pero las que están construyendo en los últimos años, como los Parques Biblioteca, tienen más cemento y computadores que textos de lectura.
Considera que el alto costo de los libros se debe a que las editoriales tienen mucha burocracia en su interior. Asegura que los libros podrían ser más baratos.
No bien termina de decir esto cuando uno de los libreros que trabajan con él, Rigoberto, se acerca para decirle que de la Editorial Planeta acababa de llegar un comunicado en el que pedían bajar el precio del libro de Don Brown, El símbolo perdido, de $49.000 a $29.900, con el fin de contrarrestar la piratería.
"¿No ve que sí pueden ser más baratos?", puntualiza el comerciante. * Nombre cambiado.
» Opiniones
"Sí compro libros piratas. Empezando por los de la carrrera. ¡Como son de caros los libros técnicos! A veces me doy un lujo, compro uno original, cuando sé que lo voy a consultar toda la vida". Jairo Jaramillo - Estudiante de Medicina
"La verdad es que no compro libros piratas. Salen muy malos, con letra muy clarita y se descuadernan fácilmente. Pero no critico al que los compra. Prefiero que la gente lea pirata a que no lea". María del Mar Hurtado - Estudiante de Literatura
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