Rodrigo Guerrero
¿Embrutece la internet?
"Qué pena, el vaso se quebró", es una expresión utilizada con frecuencia en español que, de manera sutil, le traslada al vaso la responsabilidad del rompimiento. En inglés se prefiere la forma transitiva, "quebré el vaso", que responsabiliza a la persona que lo rompió.
Sin embargo, esa lengua no siempre tiene esa claridad. Cuando el vicepresidente de EE. UU. hirió accidentalmente a su amigo en una cacería, las noticias incluyeron desde el titular "Chenney hirió a Whittington", hasta la declaración de Bush: "Chenney, al escuchar el vuelo de un pájaro se volteó y disparó, y encontró a su amigo herido por escopeta". Según la primera información, el vicepresidente fue autor del hecho; pero según la segunda, fue mero testigo.
Se calcula que la especie humana utiliza cerca de siete mil lenguajes diferentes para comunicarse; cada uno con características y requerimientos lingüísticos específicos.
En Mian, la lengua de unos indígenas de Nueva Guinea, el verbo no indica si el hecho ya ocurrió o si va a ocurrir en el futuro; en ruso el verbo revela el género de quien habla y en mandarín hay palabras específicas para referirse al tío paterno, al materno y al político.
En Kuk, la lengua de unos aborígenes australianos, no existe el concepto de izquierda o derecha, sino que se expresan de acuerdo con los puntos cardinales y se dice, por ejemplo, la cuchara está al oeste mío.
El lenguaje define las dimensiones de la experiencia: espacio, tiempo y hasta causalidad. Pero la experiencia también determina el lenguaje, que le proporciona las herramientas necesarias para interpretarla.
Ahora ha aparecido un nuevo lenguaje que ya tiene alcance universal.
Al referirse a él, una revista norteamericana se preguntaba recientemente hasta qué punto la internet nos embrutecerá.
La nueva forma de comunicación se basa en breves mensajes de texto que navegan en las redes sociales, o en los ciento cuarenta caracteres del "twitter" , -trinar, en español- que obligan a enfundar las complejidades de la comunicación humana en unas pocas líneas.
El enamoramiento de dos personas es un proceso de encuentro personal, que incluye sonrisas, miradas de ternura, coloquios y silencios, confidencias y caricias cada vez más íntimas, que consolidan paulatinamente la unión de la pareja. Pero, según una encuesta reciente, 65 por ciento dijeron haber conseguido su pareja a través de mensajes de texto, y 49 por ciento a través del Facebook.
El medio es el mensaje, decía el famoso comunicador Marshall McLuhan. Al comunicarnos con ese lenguaje telegráfico le restamos profundidad a la relación personal y a nuestra capacidad de aprehender las complejidades y sutilezas de la vida.
Seremos incapaces de leer las largas novelas de Tolstoi, o de comprender los sufrimientos de Arturo Cova en la selva amazónica, narrados en La Vorágine. No entenderemos la nostalgia de María al contemplar las puestas del sol sobre la Cordillera Occidental, mientras pensaba en Efraín. Tampoco seremos capaces de comprender -y por supuesto enfrentar- las complejas raíces filosóficas y socio-políticas que amenazan la sobrevida de la humanidad.
Los trinos noticiosos informan cuántos egipcios han caído en las protestas; pero nada revelan sobre las raíces del conflicto ni sobre las repercusiones de la salida de Mubarak en el mapa geopolítico del mundo. Cada día estamos más contentos con la superficialidad de los titulares y menos dispuestos a bucear en lo profundo de la realidad.
La internet no es un canal pasivo que proporciona información, porque al tiempo que lo hace reduce y simplifica la realidad hasta despojarla de su extraordinaria complejidad.
Nuestra respuesta a esa información será, por lo tanto, más elemental, más impulsiva y menos reflexiva; mejor dicho, más torpe.
Sin embargo, esa lengua no siempre tiene esa claridad. Cuando el vicepresidente de EE. UU. hirió accidentalmente a su amigo en una cacería, las noticias incluyeron desde el titular "Chenney hirió a Whittington", hasta la declaración de Bush: "Chenney, al escuchar el vuelo de un pájaro se volteó y disparó, y encontró a su amigo herido por escopeta". Según la primera información, el vicepresidente fue autor del hecho; pero según la segunda, fue mero testigo.
Se calcula que la especie humana utiliza cerca de siete mil lenguajes diferentes para comunicarse; cada uno con características y requerimientos lingüísticos específicos.
En Mian, la lengua de unos indígenas de Nueva Guinea, el verbo no indica si el hecho ya ocurrió o si va a ocurrir en el futuro; en ruso el verbo revela el género de quien habla y en mandarín hay palabras específicas para referirse al tío paterno, al materno y al político.
En Kuk, la lengua de unos aborígenes australianos, no existe el concepto de izquierda o derecha, sino que se expresan de acuerdo con los puntos cardinales y se dice, por ejemplo, la cuchara está al oeste mío.
El lenguaje define las dimensiones de la experiencia: espacio, tiempo y hasta causalidad. Pero la experiencia también determina el lenguaje, que le proporciona las herramientas necesarias para interpretarla.
Ahora ha aparecido un nuevo lenguaje que ya tiene alcance universal.
Al referirse a él, una revista norteamericana se preguntaba recientemente hasta qué punto la internet nos embrutecerá.
La nueva forma de comunicación se basa en breves mensajes de texto que navegan en las redes sociales, o en los ciento cuarenta caracteres del "twitter" , -trinar, en español- que obligan a enfundar las complejidades de la comunicación humana en unas pocas líneas.
El enamoramiento de dos personas es un proceso de encuentro personal, que incluye sonrisas, miradas de ternura, coloquios y silencios, confidencias y caricias cada vez más íntimas, que consolidan paulatinamente la unión de la pareja. Pero, según una encuesta reciente, 65 por ciento dijeron haber conseguido su pareja a través de mensajes de texto, y 49 por ciento a través del Facebook.
El medio es el mensaje, decía el famoso comunicador Marshall McLuhan. Al comunicarnos con ese lenguaje telegráfico le restamos profundidad a la relación personal y a nuestra capacidad de aprehender las complejidades y sutilezas de la vida.
Seremos incapaces de leer las largas novelas de Tolstoi, o de comprender los sufrimientos de Arturo Cova en la selva amazónica, narrados en La Vorágine. No entenderemos la nostalgia de María al contemplar las puestas del sol sobre la Cordillera Occidental, mientras pensaba en Efraín. Tampoco seremos capaces de comprender -y por supuesto enfrentar- las complejas raíces filosóficas y socio-políticas que amenazan la sobrevida de la humanidad.
Los trinos noticiosos informan cuántos egipcios han caído en las protestas; pero nada revelan sobre las raíces del conflicto ni sobre las repercusiones de la salida de Mubarak en el mapa geopolítico del mundo. Cada día estamos más contentos con la superficialidad de los titulares y menos dispuestos a bucear en lo profundo de la realidad.
La internet no es un canal pasivo que proporciona información, porque al tiempo que lo hace reduce y simplifica la realidad hasta despojarla de su extraordinaria complejidad.
Nuestra respuesta a esa información será, por lo tanto, más elemental, más impulsiva y menos reflexiva; mejor dicho, más torpe.
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