Tanius Karam Cárdenas
Academia de Comunicación y Cultura
Universidad Autónoma de la Ciudad de México
tanius@yahoo.com
1. Presentación
Figura pública recientemente involucrada en la vorágine y escándalo de las elecciones mexicanas del 2006, Elena Poniatowska (EP), aún cuando nació en Paris y gran parte de su formación la tuvo fuera de México y los códigos culturales mexicanos, optó por la mexicanidad y el mejor medio para conocer y asumirse, para vivirse mexicana fue su actividad periodística por medio de la cual conoció y se adentró en los códigos de este país, de sus minorías y de sus mujeres.
Destinada a matrimonio con un príncipe europeo, Elena decidió dedicarse al periodismo. Comenzó a trabajar en 1953 en Excélsior, donde escribía crónicas de sociales y firmaba como “Helene”. Un año después pasó a Novedades. Las razones por las cuales ingresó al periodismo pueden parecen inverosímiles si no conociéramos los antecedentes de esta candidata a princesa que devino en cronista y periodista (Cf. García Flores, 1979: 230): “Me metí al periodismo porque mi mamá me quería enviar a Francia y yo pensaba que nadie me iba a sacar a bailar. Entré a Excélsior de pura chiripa, por ser amiga de una hija del jefe de Sociales, Eduardo Correo. Después fui a Francia, pero en otras circunstancias”. A mediados de los cincuenta Poniatowska comienza a publicar, primero relatos, una obra de teatro (Meles y Teleo, 1956) y ya en los sesenta inicia la zaga de textos periodísticos de entrevistas recopiladas inicialmente en Palabras Cruzadas(1961) y luego crónicas con Todo empezó en domingo (1963).
El periodismo fue el principal elemento de los insumos pragmáticos. Desde una posición que en nada reflejaba la formación que tuvo, rápidamente aprendió y adquirió un gran conocimiento de la cultura mexicana a través del diálogo con muchas de sus más prominentes voces, se mimetizó de su lenguaje (por cierto el castellano lo aprendería de la nana que cuidó de ella y su hermana, porque en su casa se hablaba francés). Esta experiencia y conocimiento la aprehendió mucho más lejos de los estrechos límites de su rígida formación católica y le permitió una mirada fresca, un lenguaje llano y fluido, una actitud de total apertura y desprejuicio. No deja de llamar la atención cómo la ex princesa Poniatowska, hija de la más acendrada burguesía porfirista, llegaría con el tiempo a convertirse en una especie de voz de los oprimidos, una abogada de las historias y voces femeninas, una cronista de sus luchas y deseos.
2. Breve caracterización de la crónica
La crónica es uno de los géneros más importantes en la historia de la literatura y el periodismo. Inserto en esa frontera que puede molestar a los amantes de las categorizaciones, el género se caracteriza por su mestizaje y sus posibilidades expresivas. Parafraseando aquella imagen que Paz (1993) hacía de la “llama doble” (la llama del amor y del erotismo) podemos usar esa figura del Nóbel para describir esa doble flama que forma no una, sino varias llamas dobles: ficción y realidad; oralidad y literalidad; presente y pasado; literatura y periodismo; empírico y poético. Esta personalidad difícil de sostener ha hecho que la crítica la arroje hacia un limbo en el cual su condena o su aceptación no acaban por quedar claro. Parte de la confusión puede deberse a la vecindad que establece con el ensayo, la noticia, el testimonio y el cuento, lo que ha creado la variedad de nombres que se usan en su sinonimia como ficción documental, cronovela, meta-periodismo, relato no ficcional, periodismo interpretativo, neocostumbrismo, no [crónica]vela, literatura testimonial, etc. (Cf. Egan, 2001: 80).
Históricamente el desarrollo de la crónica ha impulsado el periodismo; de hecho el ámbito laboral del “cronista” (sobre todo en el siglo XIX) fue el periodístico. La crónica ejemplifica que lo literario y lo periodístico, lejos de estar reñidos se han completado en su evolución como forma de lenguaje y medio para conocer la realidad. Una de las principales competencias del periodista decimonónico, antes de la aparición de la “prensa del penique” en Hispanoamérica, era la observación, el detalle, el retrato de las costumbres.
Los usos pragmáticos de la crónica son también muy diversos: de escaparate a púlpito, de telenovela privada a ejercicio de observación participante; de cualquier forma, esto refleja lo que ha sido la misma historia de la crónica y que confirma para odios y beneficios de muchos el potencial del género. Aún cuando hay algo de “indefinible” en la crónica, autores como Monsiváis (1980: 13) han ensayado señalar algún rasgo:
“Reconstrucción literaria de sucesos o figuras, género donde el empeño formal domina sobre las urgencias informativas. Esto implica la no muy clara ni segura diferencia entre objetividad y subjetividad, lo que suele traducirse de acuerdo a premisas técnicas: el reportaje por ejemplo, requerido de un tono objetivo, desecha por conveniente la individualidad de sus autores [...] En la crónica, el juego literario usa a discreción la primera persona o narra libremente los acontecimientos como vistos y vividos desde la interioridad ajena”.
La crónica testimonial funciona como un relato y establece un vínculo con los lectores que se comprenden como miembros de una comunidad. La imaginación y el enfoque personal no están excluidos, pero sí sometidos al compromiso de ser fiel a esa realidad y de informar sobre algo que todos deben y quieren conocer. La crónica testimonial de EP representa una síntesis de la historia oral y del periodismo contemporáneo, del new journalism (Capote, Mailer, Wolff) y también de los métodos del campo de trabajo sociológico y antropológico que la autora por ejemplo, conoció cuando trabajó con el autor de Los hijos del Sánchez (1965). La crónica testimonial tiene la virtud de resolver la vieja tensión entre el lenguaje culto y popular y trae al círculo de la literatura un rico sustrato que le era marginal.
3. Tres acercamientos a la crónica en Poniatowska
En este apartado queremos solamente presentar las tres crónicas a partir de las cuales hacemos una reflexión semiótica sobre la crónica. En primer lugar La noche de Tlatelolco (1971) que dio a conocer a la autora como una periodista importante. Luego sigue, Nada, nadie. Las voces del temblor (1986) sobre los terremotos que azotaron a la ciudad en 1985 y una crónica más o menos reciente (Las mil y una heridas de Paulina, 2001) que aún cuando temáticamente en apariencia no se vincula a ninguna de estas tres nos permite conformar un cuadro de los intereses y orientaciones que sigue la autora y confirma algunos elementos semiótica que nos ha parecido identificar en este género.
3.1 La noche de las voces
La noche de Tlatelolco (1971) salió tres años después de los violentos acontecimientos de octubre. La noche... narra polifónicamente el conjunto de voces, ecos, reacciones y experiencias tanto de estudiantes, familiares, profesores y actores sociales involucrados en lo que fue ese gran mito de la historia contemporánea mexicana. La historia en la narración de los actores discursivos habla por sí sola. Ello no significa que EP no aparezca, de hecho lo hace explícitamente al abrir la segunda parte (que intitula al libro) con un breve resumen y comentario, así como en algunos de los testimonios en alusión a su hermano Jan, quien muere en 1968 mese antes de la matanza (no vinculado a ella) a quien el libro está dedicado.
Los sujetos aparecen en sus voces, sus reacciones; la autora sólo aparece enunciativamente sobre todo para enlazar, reforzar, pero el actor principal es el protagonista de la voz de los entrevistados. A las voces de los protagonistas se agregan testimonios anónimos de obreros, artistas, maestros, religiosos mezclados en política, poetas. Los testimonios no se presentan de manera cronológica, obedecen al orden impuesto por la autoridad, lo que les da frescura y movimiento, una vitalidad que devuelve a la autoridad su papel de la locutora-mediadora a través de esas convergencias, de los ritmos producidos por recurrencias y silencios, por los juegos de cercanías y distancias que se construyen entre el personaje, el sujeto de la enunciación y el lector quien también participa en ese collage del juego polifónico y la pluralidad de los textos.
La noche... tiene esa hibrides que lejos de ser una limitación es un poderoso atributo que coloca la obra en un espacio de intersticios. Monsiváis (1981) dice que esta crónica / alegato político/ collage testimonial despliega las que serán las perspectivas más comunes para recrear y entender la experiencia del 68: el compromiso emocional que abre caminos críticos y organizativos; la resistencia a la opresión que recupera y pone al día las tradiciones democráticas de México, la matanza que le confiere su mayor y más exaltado sentido a la protesta. En el montaje se procede por reiteración, una y otra vez las voces insisten en su rabia, su entusiasmo, su desolación. Las frases sintetizan el proceso, las declaraciones iluminan el ánimo del movimiento. Al fragmentar y elegir los testimonios más directos, se esencializan las razones más profundas del 68 y la conversión del enfrentamiento político en descubrimiento existencial de los límites y los alcances del poder.
Dividido en tres partes, en la primera (“Ganar la calle”), se ofrece un contexto socio-cultural de la época, las diferencias generacionales, las opiniones de los jóvenes con respecto a sus padres, los detalles de la vida cotidiana, las críticas que los adultos hacen por el corte de pelo, la redefinición de las formas de la feminidad/ masculinidad, las situaciones sobre el estado de las universidades.
La segunda parte abre con el poema que Rosario Castellanos escribió para el libro; nuevamente EP se muestra tímidamente tras sus siglas. En ella el testimonio en realidad es un grito contenido, “un eco del grito de los que murieron y el grito de los que quedaron. Aquí está su indignación y su protesta. Es el grito mudo que se atoró en miles de gargantas, en miles de ojos desorbitados [...]” (1971: 164). Tras el resumen de los encabezados periodísticos del tres de octubre, nuevamente EP presenta una especie de encabezamiento a los testimonios; un texto de dos paginas donde ofrece algunas intuiciones y adelante declaraciones. Aunque La noche... es un ejercicio de memoria, siempre se señala al futuro, la recordación y la advertencia forman parte de un dispositivo psicológico que hace sobre-llevaderos al ser humano su dolor e impotencia.
La cronología de la tercera sección quiere recuperar el orden, dar linealidad a un proceso configurado desde otras categorías de orden. El lenguaje periodístico, informativo altamente referencial; simula el regreso a una razón narrativa que puede, delante del dolor y la impotencia, ordenar. Al estilo de las sinopsis en las noticias de prensa, permite al lector reconstruir y reconocer cómo lo que parecen años en la evolución del país, ha sucedido en semanas. La cronología es una operación discursiva; al poner en orden una súbita evolución de acontecimientos que han devenido en lo que por síntesis se denomina “movimiento del 68”, se reorganiza la experiencia como una forma de darle sentido y encontrar causas al sufrimiento y la impotencia. La noche... no fue solo un homenaje al testimonio sino a la fuerza expresiva de la memoria, a la superación de la mera catarsis del testimonio oral, de suyo revelador y transformador pero que también puede rescribirse desde la lógica y concatenación rigurosa de acontecimientos. El libro, tras su aparente dispersión contiene un profundo sentido de unidad y orden que parece confirmarse en esta última sección. La cronología señala a su distancia, desde párrafos cortos de un lenguaje aparentemente impersonal, que el libro está impregnado de sensaciones que superan las voluntades individuales y las metamorfosis de la vida íntima, las sensaciones intransferibles.
3.2 Las formas polifónicas del silencio y la crónica del dolor
Casi veinte años después de los lamentables hechos de octubre, Poniatowska realiza un nuevo trabajo que sigue algunas estructuras usadas en La noche... A diferencia de los hechos del 68, Nada, nadie. Las voces del temblor (México, Era, 1988), escrito a raíz de los terremotos que azotaron a la ciudad en septiembre de 1985, articulan deliberadamente textos producidos por otros. EP (o lo que su nombre como institución agrupa y puede congregar) ha hecho una nueva labor de ensamblaje; nueva edición que da otro ritmo a la lectura, en la que nuevamente encontramos una superficie disímbola que inserta las voces de poetas y las noticias producidas por otros periodistas y cuyo primer rasgo, como en La noche..., es justamente esa diferencia y tensión que emana de su aparente dispersión y diversidad.
El lector puede identificar en esta crónica un cierto criterio cronológico perceptible en algunos de los testimonios que cuentan deícticos temporales. El peso expresivo como tal recae en la concatenación de los textos que varían en su estilo y orientación discursiva: la crónica da paso al informe, y las diversas voces y experiencias dan, dentro de la aparente dispersión, un profundo sentido de cohesión textual.
Nada... y La noche... coinciden en el recuento de testimonios, la variedad y cruces de micro-textos que aunque pueden leerse en parte adquieren una nueva dimensión en el contexto de una lectura integral de la que emana un retablo del dolor. El texto no se complace con la mera sanción ya que en las voces de sus actores (damnificados, heridos, periodistas, voluntarios, miembros de organizaciones civiles, rescatistas extranjeros, poetas y escritores), la autora descubre que la propia voz del agredido, del doliente tiene un potencial que no alcanza el más sesudo de los análisis, ni la más articulada de las prosas ensayísticas; que el silencio es expresable en la suma de esas conquistas y logros mediante los cuales la sociedad civil superó la capacidad de gestión del Estado y sus instituciones en estos dramáticos hechos. El silencio dialoga con el espacio que queda entre texto y texto, como una dimensión expresiva que abre el valor semántico de la interpelación o del testimonio doliente.
Toda la obra puede ser vista como una gran cita directa que recuerda la tendencia (que no pocos han criticado de EP) de esconderse y dejar al enunciador discursivo con el lector solo. Esto permite la configuración de un cronista que suma al coro anónimo de voces: no importan el nombre y el sujeto, el mediador se autoconstruye como esa figura silente cuya única función es mediar y organizar el tejido vocal para permitir que el silencio resuene en medio de la magnitud de la catástrofe junto con ese millón de consecuencias inmediatas y concretas que producen el efecto de cercanía. Las historias que aparecen en Nada... de periodistas, costureras, amas de casa, niños, políticos, turistas, policías, políticos, cuenta-habientes bancarios, pueden ser las de cualquiera y por eso logra una identificación con un lector que se descubre él mismo citado y referido en esas páginas. Como en La noche… esta obra es un mosaico de tremenda unidad: la de su cercanía con el dolor, la muerte, el sufrimiento; con la impotencia, los deseos de ayudar y participar en aquellos días aciagos en los que la solidaridad se hiciera historia.
3.3 Las mil y una heridas...de todas las mujeres
Las mil y una (la herida de Paulina) (México, Era, 2000) es una de las últimas crónicas publicadas por Poniatowska. A diferencia de las dos anteriores que retrataban grandes acontecimientos que conmocionaron la vida de miles y millones, Las mil... parte de un hecho muy concreto, casi marginal, que impactó en un sector de la opinión pública a mediados de 1999: una joven de 13 años violada en su casa atraviesa laberintos burocráticos que le impiden, como lo permite oficialmente la legislación de Baja California Norte en el caso de violación, interrumpir su embarazo. El libro es la crónica de la denuncia por la presión institucional de la que fue objeto Paulina. Si bien, el caso de Paulina no tiene el contexto macro de un movimiento, de un temblor o es algo que lejos de ocurrir en la capital del país sucede en una ciudad fronteriza, la crónica se inscribe en la línea del testimonio, de la mirada sobre los dolores y los abusos de las mujeres comunes y corrientes.
La autora realiza un viaje a Mexicali junto con la abogada Isabel Vericat, del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) para investigar el caso. Poniatowska va mostrando de manera más o menos cronológica algunas pericias que ella, junto con el equipo que acompaña, atraviesan: los problemas para realizar las entrevistas a funcionarios, médicos; por otra parte se detallan los encuentros con la abogada, el papel de las organizaciones de apoyo, la dinámica entre familia de Paulina y la joven. En la relación de hecho se incluyen otros tópicos como el caso de la migración, la multiculturalidad de la frontera y la terrible desigualdad de esas poblaciones que viven guiñando un ojo al sueño americano.
Las mil... representa la suma de las crónicas anteriores: el lenguaje cercano, la forma de autorrepresentación desenfada y coloquial (‘su segura servilleta’), el reconocimiento de los adyuvantes en el relato y la crítica a los oponentes en una marcada tensión entre la víctima y el victimario, entre los agredidos y agresores. Una lectura secuenciada que va del hecho mismo (la violación la madrugada del 31 de julio de 1999), hasta el parto y las declaraciones posteriores. En sus dispositivos discursivos la crónica alterna entrevistas, algunas descripciones breves e informaciones de diversas fuentes: periódicos, encíclicas, editoriales o artículos de diarios extranjeros.
Poniatowska utiliza su capital simbólico como periodista independiente, como mujer y defensora de derechos sociales. En principio accede a realizar el texto porque dos activistas se lo han pedido, y en el trayecto de la propia crónica la autora muestra el movimiento que va de una cierta indiferencia a su identificación con Paulina, su mundo y sus ayudantes. La crónica puede ser leída desde el lugar en que Poniatowska reivindica sus valores y reflexiona sobre ser católica en un país católico, cuando católicos atentan contra valores en los que ella cree, defiende o ha aceptado. En este sentido el texto concluye con un acto de autoconfesión que es un segundo testimonio (esta vez en primera persona) donde la narradora, cuenta las vertientes de su catolicismo (que incluye en su biografía los dos años que estudió en un convento de EE.UU.). Más que pretender convencer a posibles alocutarios, la periodista se identifica con el referente del testimonio y al mismo tiempo reivindica los valores del actante destinador que ha actualizado en el recorrido (‘el derecho de las mujeres a decidir’ como uno de los derechos de la mujer) (Cf. 2000: 159). A través de este “doble testimonio” busca dar más fuerza a su objetivo pragmático: dar cuenta de los hechos, enjuiciar, llamar a la solidaridad de los ayudantes, etc.
En todas las crónicas testimoniales de Poniatowska se percibe un principio de indignación que remite al tema principal de la crónica testimonial busca dar cuenta de la vida digna. Como todo discurso sobre derechos humanos, se implica un grado de reflexividad sobre las condiciones (o las dificultades) para ejercer esa vida. H. White (1992) ha señalado que existe una relación entre Estado, narración y moralidad: La existencia del Estado aparece como fondo de legitimidad frente a la cual la narración histórica y periodística adquiere un valor moral. Al escribir sobre un hecho, la cronista hace atribuciones morales que vienen dadas por la presunción de legitimidad del Estado, en ese sentido el cronista es un crítico y la crónica un ejercicio para confrontar esa legitimidad y sus trasfondos.
4. Acercamientos semióticos al estudio de la crónica testimonial
Nos parece en esta mención integral a tres trabajos de Poniatowska da los elementos para que ahora ensayemos una primera mirada semiótica que evidencia la interdiscursividad entre sus obras y que nos dé cuenta sobre algunos componentes estructurales de la crónica testimonial. Al ser la crónica un tipo de relato, los modelos narratológicos son muy útiles para identificar algunos mecanismos de producción del sentido que ayudan a entender la estructura de funcionamiento y producción de sentido.
4.1 El cuadrado semiótico de la crónica testimonial
El primer acercamiento lo hacemos desde la semiótica narrativa greimasiana que ha devenido en un instrumento de análisis muy poderoso en el campo de la comunicación social y el discurso periodístico (Cf. Piñuel y Gaytan s/f). Si bien éste es un instrumento poderoso no le damos un valor absoluto; lo reconocemos como una herramienta lógica útil que puede ayudar en un primer reconocimiento descriptivo de lo que a nivel semántico ocurre en su conjunto. Es obvio que nuestra aplicación del modelo greimasiano no es literal y que forma parte de un acercamiento exploratorio.
En la gramática semionarrativa de Greimas los valores semánticos son ordenados y dinamizados por una sintaxis fundamental. Las estructuras de significación son parafraseables como categorías semánticas que se articulan operativa o sintácticamente en el cuadro semiótico que es un nivel de representación canónica de las relaciones que se establecen en los ejes semánticos (S) los cuales expresan el campo categorial en el que dos semas se oponen por contrariedad. El cuadrado semiótico, detalladamente explicado por Greimas (1973) y por el texto conjunto escrito con su discípulo Courtés (1982) constituye una pieza operativa que ha mostrado su utilidad en contextos discursivos específicos. Mediante él representamos las posibilidades operatorias dadas en el universo semántico de las crónicas testimoniales de Poniatowska. El cuadrado semiótico es un instrumento lógico compuesto por una relación de contradicción ( <—>), de contrariedad (<- - - ->) y de contrariedad (—>) (Cuadro 1). En la teoría greimasiana se considera que este esquema binario, extremadamente poderoso, permite indexar todas las relaciones diferenciales que discriminan todo efecto de sentido.
Cuadro 1
(S: Verdad Testimonial)
Ser Testimonio < — — — — — — — —> Parecer Testimonio
(S1) (S2)
(S1) (S2)
El eje “S” (Verdad Testimonial) del cuadrado se articula entre la tensión básica entre las configuración del testimonio como una presencia; más que lo estrictamente lógico o gramatical es fenomenológico e intersubjetivo y los existencial y emocional. El Ser testimonio remite a esa “verdad” no necesariamente fundada en una descripción detallada sino sobre todo en una recuperación vivencial y afectiva de “agredido primario”, de quien es objeto del abuso de poder (Paulina) o consecuencia de la acción inadecuada de la autoridad (como el caso de los terremotos donde lo que se denuncia es la impericia de la autoridad para manejar la situación).
Por su parte el eje “S-“ (Falsedad Testimonial) se denota por el “no estar ahí” o no haber sufrido o padecido algo; se traduce en la libre interpretación de un hecho que no se ha vivido y que por tanto no se tiene la autoridad que sobreviene de la experiencia para decir lo que en realidad pasó. Muchas situaciones, catástrofes o acontecimientos tienen estos niveles; no todo es relato primario, sobre todo cuando no hay testigos directos, así media la autoridad que se justifica, lo adyuvantes institucionales que conocen a las víctimas, los ecos a nivel nacional o internacional que parafrasean, argumenta, apelan.
(S-: Falsedad Testimonial)
No Parecer Testimonio < — — — — — — — —> No ser Testimonio
(No -S2) (No-S1)
Las formas de falseación del testimonio tienen en la tradición varios modos y formas de un pilar del sistema político mexicano que fue el corporativismo y la cooptación. De principio el más claramente identificable son las formas de construcción en explicaciones, descripciones que hacen actores (gubernamentales o no) que no estuvieron ahí. No ser testimonio es sinónimo de “no haber estado ahí”, de “no denunciar”, se ubica en primer lugar con la justificación o explicación de la autoridad, por tanto se deja ver por la retórica o la ampulosidad, por lo artificioso o lo cargado que genera sospecha y duda y revierte el círculo de una cultura política alimentada por la sospecha y confirmada en la ausencia de participación. Trabajos sobre el discurso de algunos sindicatos en la época (véase por ejemplo Haidar y Rodríguez, 1996) han mostrado las formas de simulación y ocultamiento de un testimonio o denuncia que se puede presentar como tal, pero que reviste otra modalidad de discurso autoritario y de poder, es por ello que “el ser testimonio” supone un elemento de concreción e inmediatez, de contundencia y sanción que no poseen las modalidades de otros discursos institucionales.
Con este ejercicio hemos intentado inferir analíticamente el contenido de los sememas a través de un ascenso por encima de las particularidades y lo dramático de los relatos citados. El objetivo de este primer ejercicio ha sido identificar un modelo cognitivo básico de operación que por una parte nos dé un mapa general de funcionamiento semiótica en estos textos y que por otra parte puede servir para construir un modelo operativo para recorrer la red de microtextos que pueblan estos discursos de días y hechos aciagos.
4.2 Aplicaciones del Modelo Actancial a las crónicas
Otros de los instrumentos complementarios a nuestro acercamiento semiótica de la crónica testimonial es el célebre Modelo Actancial. A través de éste queremos identificar las funciones fundamentales de un relato a conjunto de ellos; con éste identificamos actores, funciones, ejes de acción, asimismo, el modelo nos permite organizar la información. En el siguiente cuadro resumimos estas funciones actanciales de acuerdo a cada una de las obras que hemos comentado, donde el lector puede ver recurrencias y formas.
© Tanius Karam Cárdenas 2006
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid.
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero33/eleponia.html
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